Como sombra fría, te metiste dentro de mí. Revivió tu vestigio casi olvidado en mi cuerpo, lo que quedaba de vos, en mí.
Me inundó.
Me hundí.
Un karma que no termina. Una eterna lucha contra mí.
Supe, el desenlace, siempre lo supe. Nunca supe como quererte. Intenté, y hasta llegaron a ser verdaderas mis palabras, pero no podían perdurar.
Calma, me brindaste calma. Pero qué soy yo, que más que un remolino que de calma no quiere saber nada.
Que me he descubierto, soy mi propio estereotipo nunca visto. Que vos no viste. Que él vio.
¿Entonces que pesa más en mi mundo?
Justo cuando me estoy conociendo, encontrarme con quien debería ser, y con quién la libertad de esa propia personalidad me lleva a terminar conociendo en una habitación.
Sos la ley divina que no quiero cumplir, porque nunca sería verdadera, nunca, mi amor.
Conoces, a quién intenta. Conociste a quién intentó. Sabés, ahora, que no hay fuerza suficiente de razonamiento que me ate. Que mi libertad guía, y que mi deseo nunca tuvo cadenas.
Porque estoy bien así, porque no me hace mal. Ya no me hace mal no ser perfecta.